Templo de Corpus Christi

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El Templo de Corpus Christi o Ex Templo de Corpus Christi. estuvo ubicado en lo que ahora alberga el Archivo General de Notarias, en la Colonia Centro - Centro Histórico de la Alcaldía Cuauhtémoc. Este templo es lo único que quedó del Convento del mismo nombre que se caracterizó por estar frente a la Alameda Central en el corazón de la Capital. La historia de este templo pesa sobre el virrey Marqués de Valero quien siempre tuvo el sueño de tener un convento que estuviera hecho para las indias caciques religiosas. Mismo que consiguió ser el primero en la Nueva España y en toda América. Con el paso de los años fue sede de diferentes instituciones hasta que en el año 2003, se realizó un proyecto de restauración del inmueble y se convirtió en el Archivo General de Notarias de la Nación.

Datos

Época

Templo de Corpus Christi

Templo de Corpus Christi



Historia[editar | editar código]

El Ex Templo de Corpus Christi es lo único que subsiste del convento del mismo nombre. Arquitectónicamente se puede ubicar dentro del estilo barroco florido y la obra se atribuye al arquitecto Pedro de Arrieta.

Época Colonial

Templo de Corpus Christi

Origen

El 16 de junio de 1718 regresaba de la procesión de Corpus don Baltasar de Zúñiga Guzmán Sotomayor y Mendoza, marqués de Valero, de Ayamonte y Alenquer, Gentil Hombre de Cámara de Su Majestad, de su Consejo y Junta de Guerra, y trigésimo sexto Virrey, Gobernador, Capitán General de la Nueva España y Presidente de la Real Audiencia. Al entrar al palacio, sufrió la agresión de un hombre como de treinta años quien, poniendo una mano en el pecho del excelentísimo y otra en el espadín que le desenvainó, quiso matarle. Prontamente acudieron en auxilio del marqués de Valero, su caballerizo mayor, el alférez de guardia y varios soldados, quienes, arrebatándole el espadín, prontamente sometieron al atacante y lo pusieron bajo arresto. Resultó el atacante ser un para nada inofensivo psicópata -ya anteriormente huésped del célebre hospital de San Hipólito- quien, con suma incoherencia, durante el proceso criminal que se le formó, declaró llamarse Nicolás José Camacho, nativo de San Juan del Río y antiguo soldado. No obstante que tras las indagatorias se averiguó haber estado el demente recluido no una, sino dos veces en San Hipólito (para enfermos mentales), y que estaba loco de atar (lo que hoy en día lo haría inimputable de delito), se determinó no dejarle sin castigo por su fechoría, así que se le recluyó en dicho sanatorio por tercera ocasión, ordenándose no dejarle salir de allí sin orden del virrey. La sentencia se ejecutó el 20 del mismo mes. Cuenta la leyenda, que ha sido precisamente en acción de gracias por haber resultado ileso de este atentado sufrido por el virrey marqués de Valero cuando volvía de la procesión de Corpus, que decidió denominar con el nombre de Corpus Christi al convento que había determinado fabricar en la ciudad de México para indias cacicas.

En los conventos de la Nueva España habían sido admitidas, sí, mujeres mestizas, pero éstas encontraban numerosas dificultades para profesar, ya que la mayoría de los monasterios habían sido expresamente fundados para españolas. Por otro lado, en tales conventos, desde el tiempo de su aparición en la Nueva España, cuando se llegaba a admitir a las indias, lo eran en calidad de niñas, donadas o bien como simples criadas, pues se las consideraba incapaces del estado religioso.

Es así que el virrey marqués de Valero, quien se había distinguido desde el inicio de su gobierno por un singular cariño a los naturales, así como por «un celo muy santo y amor especialísimo a la religión de Nuestro Padre San Francisco», decide unir en una ambas querencias y fabricar un monasterio de religiosas franciscanas de la primera regla de Santa Clara, sólo que dedicado exclusivamente a las indias. Empero, no a todas las indias; sólo a aquellas de noble origen y condición, por la educación más esmerada y preferente en lo moral, espiritual y religioso que, a causa de su linaje, se pensaba (y con razón) habían recibido de sus padres, doctrina que les facilitaría grandemente una vida empleada en las divinas alabanzas y mayor servicio de Dios… y aprovechamiento de sus almas.[1]

Para conseguir su cometido, el virrey marqués de Valero escribe, el 13 de marzo de 1720, al rey de España, Felipe V, exponiéndole sus deseos y motivos. Era en última instancia sólo el rey de España quien podía autorizar la fundación. También escribieron favorablemente el arzobispo de México, Fr. Joseph Lanciego y Eguilaz.

Corpus Christi templo.jpg

Para fundar el convento, habían sido seleccionadas por el propio virrey cuatro religiosas del convento de San Juan de la Penitencia, si resultaba posible, o bien que el número se completase de otro cualquier Convento de Religiosas de los sujetos a esta Santa Provincia con tal de que las dichas fundadoras, y sólo ellas, fueran españolas:

«porque las demás que se han de recibir ahora y adelante, éstas han de ser Indias principales, Hijas de Indios Caciques, y de ninguna manera se podrán recibir Españolas, Mestizas, Castizas, ni otras de estas calidades, habiendo de ser el número por ahora de dieciocho, incluidas las cuatro fundadoras, y en adelante podrán ser de veintidós, y no más.»[1]

Las religiosas que finalmente resultaron distinguidas para ser fundadoras, fueron del dicho convento de San Juan de la Penitencia: Sor Petra de San Francisco (quien habría de ser la primera abadesa) y Sor Theresa de San José; del convento de Santa Isabel: Sor Michaela de Jesús Nazareno, y del de Santa Clara: Sor Michaela de San José. Estas fundadoras en su momento escribirían una hermosa carta al Papa Benedicto XIII en que solicitaban para el convento que eventualmente se fabricaría la regla más severa y austera.

Por su parte, el virrey marqués de Valero, plenamente confiado de que Felipe V no le negaría la autorización, se lanza a la complicada tarea de construir el convento. Comienza a buscar y comprar predios, lo que encomienda a don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, caballero de la Orden de Santiago: el templo y monasterio habrían de erigirse justo enfrente a los portales de la Alameda, en el barrio del mismo nombre, extramuros de la ciudad de México. Luego, se encomendó la obra arquitectónica al célebre maestro de arquitectura mexicano Pedro de Arrieta, quien proyectó las obras, ajustadas a 30,000 pesos, a destajo, debiendo las edificaciones concluirse en el lapso de ocho meses, según contrato de fecha 8 de febrero de 1720. La obra fue terminada a tiempo, desgraciadamente mucho antes de que arribara la anhelada licencia para la fundación. [1]

En efecto, la licencia tardaría en llegar. El rey Felipe V había ordenado que se realizaran las investigaciones de rigor y las de las justas causas para la fundación, y aunque las autoridades civiles habían fallado favorablemente a los empeños fundacionales del virrey marqués de Valero, habían surgido, no obstante, voces de desaprobación. Eran sobre todo los padres jesuitas quienes se oponían al proyecto, argumentando ridículamente que las indias, por su escasa capacidad intelectual, no podían entrar en las indispensables costumbres políticas que requería la vida conventual ni comprendían la esencia de la vida religiosa e incluso eran incapaces de sufrir la austeridad y rigidez de la vida del monasterio.

Pero aun con estas objeciones, le quedaban algunos obstáculos por salvar al marqués del Valero: Felipe V, el primero de la Casa de Borbón, abdica el 14 de enero de 1724 a favor de su hijo, Luis I, quien finalmente recibe los informes resultados de la investigación ordenada por su padre; mas no sanciona inmediatamente estos informes -los examina, a su vez, con detenimiento y minuciosidad. Esto ocasiona algunas dilaciones adicionales. De hecho el virrey marqués de Valero había ya abandonado el gobierno de la Nueva España desde octubre de 1722, dejando tras de sí solamente el edificio del convento y sin haber provisto la eventual manutención de las religiosas que albergaría ni lo necesario para el culto divino.

Aún con todos estos inconvenientes, el virrey marqués de Valero procuró acelerar la resolución del nuevo rey Luis I. Le aseguró que el nuevo monasterio de Corpus Christi podría mantenerse de limosnas por tratarse de uno perteneciente a una orden mendicante y porque albergaría de dieciocho a veintidós monjas, todo lo más. [1]

Fundación

Fue así como Luis I otorga, el 5 de marzo de 1724, la cédula aprobatoria que autorizaba finalmente la fundación; el templo y monasterio, terminados desde finales de 1720, podrían ser utilizados.

El monarca que había sucedido a su padre, moriría apenas cinco meses después, enfermo de viruelas, como si su única función en el gobierno hubiese sido conceder la tan anhelada cédula. En ella, expresaba Luis I que una fundación tal no sólo «es conveniente al servicio de Dios y Mío, sino necesaria, piadosa y justa, mayormente cuando las Indias para quienes se destina son tan proporcionadas al Estado Religioso.[1]

Cumpliéndose la cédula por decreto del excelentísimo señor virrey marqués de Casa Fuerte, sucesor del marqués de Valero, de fecha 25 de junio de 1724, y por auto de la Real Audiencia de 3 de julio del mismo año.

Ex Convento de Corpus Christi

El 13 de julio de 1724 arribaron las mencionadas cuatro fundadoras, y el 15 de dicho mes se llevó en procesión solemne al Santísimo Sacramento desde la santa iglesia metropolitana, con asistencia del cabildo eclesiástico, del secular y de la real audiencia. El día siguiente, domingo 16, según consigna el libro de tomas de hábito y profesiones del monasterio, fue dedicada por el señor arzobispo Lanciego y Eguilaz la iglesia del «convento de Corpus Christi e hijas pobres de Nuestra Madre Santa Clara» y se celebró la primera misa. Ese mismo día se dieron los primeros hábitos a sor Francisca de Jesús, hija legítima de don Phelipe de Jesús Castrillo y Roxas y doña María de la Encarnación, caciques y gobernadores de Tlalnepantla, cumpliéndose así el anhelo del noble virrey marqués de Valero de ver a indias hijas de caciques en un convento. [1]

La importancia del convento radica en que fue el primero creado para indias caciques en América. Después del proceso de secularización en la época de la Reforma, el convento pasó a manos de diversos particulares y el templo se mantuvo abierto al culto. [2]

Siglo XX

En 1910 lo ocupó una escuela para sordomudos; en 1917 fue almacén de medicinas; en 1924 fue ocupado por la Dirección de Aprovechamiento de Ejidos de la Comisión Agraria. El 26 de mayo de ese mismo año se emitió el decreto presidencial en el que el edificio se obsequiaba al Centro Nacional de Ingenieros de México, institución que intentó demoler el inmueble.

El 19 de febrero de 1931 fue declarado monumento nacional y el 26 de septiembre de 1945 se iniciaron las gestiones para que fuera ocupado por el Museo Nacional de Artes Populares, dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes, mismo que fue inaugurado hasta 1958.

En el año de 1954, se realizó el proyecto del conjunto Alameda, lo que ocasionó la demolición del claustro conventual y afectó la estructura del templo, que resultó seriamente dañada con el sismo de 1985. [2]

Siglo XXI

Para evitar su derrumbe, se apuntaló mediante refuerzos y estructuras de madera. Desde entonces, el edificio quedó abandonado hasta el año 2003 cuando el Gobierno del Distrito Federal lo incluyó dentro del programa de rehabilitación del Conjunto Alameda–Plaza Juárez, y se propuso su reutilización y restauración para albergar el fondo documental del Archivo General de Notarias de la Nación. Esta obra se realizó mediante un convenio firmado en 2003 por el Gobierno del Distrito Federal, el Instituto Nacional de Antropología e Historia y el Colegio de Notarios del Distrito Federal. En lo que fue el coro del templo, destaca el mural del pintor Miguel Covarrubias, que representa en un mapa de “México Ilustrado” los objetos del arte popular manufacturados en cada región del país.

El proyecto de restauración arquitectónica estuvo a cargo del Dr. Francisco Pérez de Salazar. En los trabajos participaron arqueólogos, restauradores y arquitectos del INAH, coordinados por el arquitecto Carlos Martínez Ortigoza, quienes supervisaron el proceso y llevaron a cabo trabajos permanentes de arqueología y restauración, entre los que destaca el rescate de la cripta donde se conservaba, desde 1728, el corazón de Don Baltazar de Zúñiga, marqués de Valero y duque de Arión, quien fuera Virrey de la Nueva España y principal benefactor del convento que ahí se levantó. [2]

Referencias[editar | editar código]

  1. 1,0 1,1 1,2 1,3 1,4 1,5 Tomado de: http://boletin-cnmh.inah.gob.mx/boletin/boletines/3EV1P17.pdf
  2. 2,0 2,1 2,2 Tomado de: Javier Villalobos Jaramillo. Los 100 Sitios y Monumentos más importantes del Centro Histórico de la Ciudad de México. En coordinación con la Delegación Cuauhtémoc y el Gobierno de la Ciudad de México.