Colonia Prados de Coyoacán

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Colonia Prados de Coyoacán

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La Colonia Prados de Coyoacán se encuentra al sur oriente de la Alcaldía Coyoacán. Esta colonia se asienta sobre los terrenos de la antigua y enorme hacienda de San Antonio de Padua Coapa. Su hasta ahora ha sido poco conocida y, sin embargo, es mencionada en la guerra de Independencia, en la Intervención Norteamericana de 1847 y durante el porfiriato, en que fue un representativo lugar de la alta sociedad al dar paso a las fiestas pomposas de la Virgen de Covadonga, organizadas por José Toriello Guerra, entonces dueño de la hacienda, presidente del Casino Español y de la Sociedad Española de Beneficiencia. Dentro de esta colonia se encuentran las instalaciones de Azteca Novelas. Actualmente es predominantemente habitacional, en su calles encontramos jardineras y grandes árboles que crean un verde y ameno recorrido.

Historia[editar | editar código]

Colonial[editar | editar código]

En Coapa, las haciendas empezaron a funcionar desde principios del siglo XVI. De las dos haciendas mayores asentadas en los terrenos aluviales existentes entre el Pedregal de Santa Úrsula Coapa y el canal Real de Xochimilco, la situada al sur tuvo como apelativo "la grande" y aparece registrada en el Plano de San Agustín Cuevas de 1532. Recibió el nombre de San Juan de Dios, santo fundador de la orden de los hermanos hospitalarios, declarado patrono de hospitales y de enfermos por el Papa León III, con fiesta del 8 de mayo. La situada al norte fue dedicada al predicador franciscano San Antonio de Padua y agregó el nombre de la región Coapa, apelativo con el que fue más conocida, aún cuando las crónicas de la época se refieren indistintamente a ésta o a la de San José Coapa, creando un tanto de confusión. San Antonio de Padua fue el patrono de los pobres y de los objetos y causas perdidas, con fiesta del 13 de junio.[1]

Estas haciendas dispusieron de agua abundante, pero necesitaron grandes inversiones en obras de irrigación como cajas de agua, canales y acueductos, de lo que dependía su productividad junto con la fertilidad de la tierra y los muchos trabajadores residentes gañanes, temporaleros o eventuales que les proporcionaron los pueblos vecinos. De esta dependencia mutua se originaron los llamados binomios hacienda-pueblo, donde las haciendas disponían de mano de obra constante y los trabajadores indígenas de los pueblos cercanos mantenían un trabajo fijo, aunque mal remunerado. Para retenerlos, los administradores usaban "adelantos" de salario, endeudamiento, retención, arrendamientos, o les "vendían" pequeños terrenos que pagaban con su trabajo.[1]

Por su estratégica localización y gran producción, la hacienda de San Antonio de Padua Coapa alcanzó una gran importancia tanto para sus conce aristócratas propietarios registrados entre 1703 y 1943, como para los pueblos vecinos y el virreinato. Colindaba al sur con "La Grande" de San Juan de Dios y al norte con la hacienda de Los Portales, teniendo al río Churubusco entre ellas. Al poniente la limitaba el antiguo Camino a San Agustín de las Cuevas, hoy Tlalpan, y al oriente, el Canal de Xochimilco.[1]

El primer paso para la integración del territorio fue dado por los religiosos de la Orden de Nuestra Señora del Carmen, quienes por diversos mecanismos, a mediados del siglo XVI tomaron un terreno de casi 170 hectáreas para formar la Hacienda Señora de Guadalupe "La Estrella", misma que a finales de ese mismo siglo vendieron al Mariscal de Castilla, Carlos de Luna y Rojas e hijos. Luego, en 1703 la compró el capitán Jacinto de Estrada, quien poco después le anexó el rancho La Joya, para que finalmente, en 1711, las haciendas Nuestra Señora Guadalupe "La Estrella", Nuestra Señora de Los Dolores y la de San Antonio Padua Coapa fueran integradas en una sola propiedad, aunque cada una conservó su autonomía y administración.[1]

Luego de la integración de 1711, el primer propietario, Jacinto Estrada, siempre mantuvo buenas relaciones con los altos funcionarios del virreinato para obtener diversas ventajas, como el de ser nombrado "obligado de carnes", por el que debía: a) abastecer sus propias 18 carnicerías y a cuatro más ubicadas en diferentes rumbos de la ciudad, b) surtir a cinco comedores de dependencias virreinales, el Palacio incluido, y c) proveer a nueve conventos y hospitales, por un plazo mínimo de 4 años. Para cumplir estas obligaciones contaba con cuatro de las cuarenta "tablas de matanza" que tenía el Rastro de San Antonio Abad, situado a la entrada de la ciudad, por lo que el abundante ganado de la hacienda siempre llegaba fresco y gordo al sacrificio. La producción del maíz, cebada, alberjón y papa era muy alta, igual que la de la paja con que alimentaban al rebaño. El trigo alcanzaba para surtir al Molino del Rey y producir la harina que sería distribuida en las diversas panaderías de la ciudad. En 1732 muere don Jacinto de Estrada, pero su único heredero, Miguel Joseph de Estrada, era menor de edad, por lo que fue necesario nombrar al licenciado Elizalde y Valle como albacea, quien tuvo logros importantes como la exclusividad del ojo de agua de Santa Úrsula Coapa y la conceción a perpetuidad de dos censos de cuatro surcos de agua de los manantiales de Peña Pobre. Sin embargo, sus malos manejos le obligaron a vender todas las propiedades al general Francisco Manuel Sánchez de Tagle en 1743, quien poco después anecó la hacienda de San Nicolás de Tolentino y controló los manantiales de los Reyes y del Acuecuexco. Para asegurar el paso a Tláhuac y cobrar por ello, el general adquirió las tierras que rodeaban Culhuacán, pero al tratar de aumentar aún más el flujo de agua para las siembras, Sanchez de Tagle desvió las aguas del río de La Magdalena (Chaurubusco) y en una crecida provocó la inundación de su vecina hacienda de Los Portales, con el consecuente juicio que le obligó a reparar el daño.[1]

Su primo, Pedro Ignacio de Valdivieso y de Azlor y Echevers, el rico marqués de San Miguel Aguayo, adquirió todos los bienes en 1780 y agregó la hacienda El Altillo a las seis de las que ya era dueño. Con ella, sus propiedades del sur del Valle de México se extendieron desde Culhuacan a la actual avenida Universidad y de la hacienda de los Portales a la de San José de Coapa. El intentar recibir más agua que las abasteciera, lo condujo a disputas y juicios frecuentes.[1]

En 1791 el marqués ordenó tapar los diferentes ductos que abastecían las propiedades vecinas con el agua de Los Reyes, por lo que el administrador construyó una presa de cal y canto, con lo que bajó el nivel del agua en las chinampas. Los habitantes de los barrios vecinos se vieron afectados y solicitaron la intervención de las autoridades que se mantivieron indiferentes, por lo que Juan José Martínez, alias "El Beato", en un acto de rebeldía, hizo justicia por su propia mano y destruyó la presa que abastecía a los barrios de Coititla, Los Reyes, Tejomulco, Tetlamaco, San Lorenzo, la Candelaria. Con ello se perdieron las siembras de las haciendas [...].[2]

Siglo XIX[editar | editar código]

Un personaje fundamental para la historia de la hacienda, y de esta colonia, es don José Morán, el marqués de Vivanco, consorte a partir de 1818, quien fue defensor de la monarquía española, luego de la de Iturbide y finalmente liberal de Vicente Guerrero. En 1818, a los 44 años de edad, contrajo matrimonio con María Loreto de Vivanco y Vicario, la tercera marquesa de Vivanco y dueña de la hacienda de San Antonio, quien lo concirtió en Marqués de Vivanco consorte, título con que fue reconocido aún en su etapa de liberal insurgente. Luego de que Iturbide lo nombrara mariscal, el marqués de Vivanco utilizó las instalaciones de San Antonio de Padua Coapa para organizar el Centro de Operaciones del Ejercito del sur con el fin de defender la Ciudad de México, así se le conoció como la Casa Vivanco. Por estas acciones fue nombrado brigader con letras e inspector general de caballería. Sin embargo, en 1823 el marqués se pronunció en contra de la monarquía de Iturbide y se unió a sus enemigos aceptando y difundiendo el Plan de Casamata, donde se proclamaba la república anti-imperial. Luego de cruentas batallas, la situación fue insostenible para Iturbide.[1]

José Morán, el marqués de Vivanco consorte, dedicó todos sus esfuerzos a la actividad militar y estuvo alejado de su hogar por largos periodos de tiempo. Sin embargo, los puestos que ocupó, como general insurgente y ministro de guerra, le permitieron preservar las propiedades de la familia a pesar de las expulsiones de los españoles con sus decendientes, muchos de los cuales perdieron todos sus capitales por ursurpaciones, expropiaciones o préstamos forzosos al gobierno, no obstante el compromiso de Iturbide de mantener tanto el sistema monárquico como el de preservar los bienes de criollos y peninsulares que le habían conferido el mando de la rebelión. [1]

En 1845 la viuda Vivanco vendió al vasco Lorenzo Carrera la parte mayoritaria de la hacienda de San Antonio de Padua Coapa, incluidas La Estrella, La Dolores y San Nicolás Tolentino que se mantenían "autónomas" y éste las unió a las de San José de Coapa y San Juán de Dios "la Grande", que por diversos mecanismos ya eran de su propiedad. Debido a sus necesidades políticas y comerciales, al inicio de la guerra de Intervención de 1847 y ante el avance de las tropas norteamericanas, Lorenzo Carrera puso la hacienda de San Antonio a la disposición de Antonio López de Santa Anna. Guillermo Prieto lo detalla de la siguiente manera:[1]

El General Anaya, acompañado de Rincón y Gorostiza, estaba en Churubusco y Santa Anna en las haciendas de los Portales y San Antonio, donde creía poder atender y resolver asuntos tan importantes. Las desacertadas disposiciones tomadas por Santa Anna para la defensa, y las rivalidades entre los generales mexicanos actuaron decisivamente en favor de los invasores. El desacuerdo entre Santa Anna y el Gral. Valencia convirtió en terrible derrota lo que, a lo sumo, pudo haber sido un pequeño descalabro... Valencia, que mandaba la mejor división del ejército mexicano, la del norte, se dio cuenta que Scott se proponía atacar por la casi desprotegida parte de San Ángel-Tacubaya... y luego de comunicárselo a Santa Anna, atacó al enemigo, desalojándolo del Rancho de Padierna (19 de agosto de 1847). Santa Anna dio la orden de retirarse, pero Valencia no obedeció. Por la noche se acrecentaron las fuerzas enemigas, por lo que no pudo aguantar y sufrió una completa derrota. El mismo día 20 de agosto las tropas mexicanas se retiraban de San Ángel, de la Hacienda de San Antonio, y las que había en Churubusco ofrecieron una desesperada resistencia. Santa Anna tenía un ejército de 20 000 hombres y Scott contaba con 11 000. Con la toma de la capital se iniciaron los tratados de Guadalupe-Hidalgo entre el 2 y el 25 de enero de 1848.[3]

En 1864, los hermanos Miguel y Francisco Buch compraron a la viuda marquesa de Vivanco la restante parte mayoritaria del Rancho de Taxqueña, las tierras del Reloj (actual colonia) y el terreno denominado El Naranjero, con la concesión del agua del pueblo de San Pablo Tepetlapa. Poco después, ellos se dedicaron a los transportes, por lo que tanto en los viajes por diligencia, ómnibus o tranvía, la hacienda de San Antonio se convirtió en parada obligatoria.[1]

Siglo XX[editar | editar código]

Con el cambio de siglo, se produjo una intensificación agraria vinculada a los ferrocarriles suburbanos. La hacienda contaba con dotación de agua, conseguida también a censo y procedente de manantiales sitos en los pedregales occidentales. Y el cultivo de plantas forrajeras permitía mantener una importante cabaña bovina; tampoco faltaba el cultivo de maíz. En otra finca limítrofe, el rancho Xotepingo, se instaló una explotación lechera, inmediata al ferrocarril. Pero junto a esa mayor productividad agraria, también comenzó la demanda del suelo urbano, como muestra la creación en 1905 del campo de golf, como ya quedó dicho.[4]

A pesar de lindar con la instalación deportiva, la hacienda sufrió los embates de la Reforma Agraria. A la luz de la documentación ejidal, custodiada en el Archivo de la Secretaría de la Reforma Agraria (ASRA), es posible reconstruir la secuencia de los hechos: una vez concluido el proceso revolucionario y puestos en marcha los mecanismos reglamentarios de la reforma, las comunidades indígenas solicitaron la dotación de los ejidos, ante las que el propietario afectado podía oponer recurso de amparo o encontrar el modo de ser incluido en la "pequeña propiedad". [4]

Los dueños de la Hacienda San Antonio Coapa intentaron dividir la finca durante el proceso revolucionario, pero les faltaba el conocimiento de cuál sería la superficie máxima no expropiable, y tampoco podían llevar a escritura pública las ventas, porque no llegaban a un acuerdo con las autoridades del Distrito Federal sobre el pago de las contribuciones. Cuando se firmaron las escrituras de venta de la hacienda en 21 porciones de 75 hectáreas cada una en 1922, ya era demasiado tarde, pues había peticiones en curso para la dotación de ejidos de pueblos cercanos. Como indicaba el Secretario General de la Comisión Nacional Agraria al propietario, no se conocía "la validez de los fraccionamientos de los predios que se llevan a cabo cuando las tierras de dichos predios está pendiente una acción de restitución o dotación de ejidos a los pueblos colindantes". [4]

Las fechas cobraban gran importancia, pues, cuando se escrituró la venta de la Hacienda a los diferentes compradores, los fraccionistas, el 12 de agosto de 1922, cuatro pueblos ya habían solicitado estas tierras: Culhuacán, Churubusco, Mexicaltzingo y San Pablo Tepetlapa. Y al año siguiente, 1923, fueron en efecto dotados todos ellos con los ejidos. Diferente suerte corrió el pueblo de la Candelaria, que había solicitado la dotación del ejido en diciembre de 1922. La Candelaria consiguió en marzo de 1924 la conseción de 205 hectáreas de la hacienda para 180 ejidatarios, pero hubo un recurso de amparo de los dueños, los fraccionistas, que consiguieron un fallo favorable en julio de 1927, ordenando la devolución de las tierras. La sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación consideraba que la subdivisión de la hacienda no se había hecho "con el propósito de eludir el cumplimientos de las Leyes Agrarias y en perjuicio del pueblo de la Candelaria", y que los lotes resultantes no podían servir para la dotación de los ejidos por ser "pequeñas propiedades". [4]

En 1943 la calzada de Tlalpan fue rectificada y ampliada, para ello fue necesario destruir el casco de la aristócrata Hacienda de San Antonio, sobreviviente luego de que sus enormes campos se fragmentaran para dar la entrada a colonias, fraccionamientos y unidades habitacionales, como Prados Coyoacán, Avante, Educación, el Reloj, Petrolera Taxqueña, CTM Culhuacán. En este año, la Hacienda de San José Coapa fue adquirida por el ex presidente, Emilio Portes Gil. En abril de 1955, se inauguró la Preparatoria de Coapa, No. 5, que modificó totalmente el panorama del territorio de Coapa y se convirtió en un verdadero polo de crecimiento hacia el sur de la Ciudad de México.[1]

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Referencias[editar | editar código]

Bibliografía[editar | editar código]

  1. 1,00 1,01 1,02 1,03 1,04 1,05 1,06 1,07 1,08 1,09 1,10 Gonzalo Mata Puga, Coapan. México, 2008.
  2. María del Carmen Reyna, Haciendas en el sur de la Ciudad de México. México: INAH, 1997, p. 125.
  3. Guillermo Prieto, Lecciones de historia patria. México: INBA/SEP, 1986, p. 368.
  4. 4,0 4,1 4,2 4,3 Rafael Mas Hernández, "Notas sobre la propiedad del suelo y la formación del plano en la ciudad de México", en Ería: Revista cuatrimestral de geografía, Nº 24-25, 1991, págs. 63-74.