Convento de Santo Domingo (1529-1861)

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Datos

Época
Época Colonial / 1529-1861

Convento de Santo Domingo.jpg

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Coordenadas
19° 26' 18.67" N, 99° 8' 1.10" W

El Convento de Santo Domingo (1529-1861) es uno de los 49 Inmuebles demolidos más recordados de la Ciudad de México. Se encontraba en la Colonia Centro - Centro Histórico, junto al Templo de Santo Domingo, que está aún de pie junto a la emblemática Plaza de Santo Domingo. Tanto el convento como el templo constituían uno de los más relevantes ejemplos del arte virreinal; sobresalía en todo el conjunto la extraordinaria capilla de la Virgen del Rosario que, edificada al lado izquierdo del templo grande, hoy ha desaparecido.[1] La orden de los dominicos fue la segunda en llegar a la Nueva España y comenzaron la construcción del convento en 1529, pero como consecuencia de las Leyes de Reforma, gran parte del inmueble fue destruido en 1861. Los dominicos, junto con la plaza y el actual Museo de la Medicina Mexicana, son recordados por ser los representantes de la Inquisición en México.

Historia[editar | editar código]

Plaza de Santo Domingo, Fotografía anterior a 1867.

Colonial[editar | editar código]

Con el mismo afán evangelizador con el que llegaron los franciscanos a la Nueva España cinco años antes, la orden de los dominicos fue la segunda en arribar a estas tierras recién conquistadas en julio de 1526. A su llegada a la capital, los religiosos fueron recibidos por el propio Hernán Cortés quien, en actitud de reverencia, se arrodilló delante de cada uno para dar ejemplo a los indígenas.[1] Su primer albergue fue el convento de San Francisco, en el cual permanecieron tres meses, y después se mudaron a una casa que les donó la familia Guerrero, en la esquina de las actuales calles de República de Brasil y República de Venezuela; es decir, que la casa se ubicaba en el sitio donde, más tarde, levantaría su edificio el Santo Tribunal de la Inquisición, hoy sede del Museo de Medicina y Protomedicato de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).[2]

Plaza de Santo Domingo. Grabado Laurence Shand.

Su establecimiento definitivo no fue fácil. A su salida del alojamiento franciscano se trasladaron a una casa que se encontraba justo en la esquina donde ahora se levanta el antiguo Palacio de la Inquisición. El lugar era tan insalubre que costó la vida a cinco religiosos; de los siete restantes, cuatro regresaron a España y tres pasaron, en 1539, a un lugar contiguo a dicha residencia en el que fundaron su convento y levantaron el templo que fue dedicado en 1575. “Hundido y anegado todo el edificio en 1716, construyéronlo de nuevo conforme a un plan más extenso y conveniente, dedicándose el día 3 de agosto de 1736, tal es el templo que aún existe”.[1]

En total, se les donaron seis solares de una extensión bastante generosa, pues en conjunto abarcarían lo que en la actualidad es toda una manzana limitada por las calles que, una vez construido el convento, se llamarían: Del Puente de Santo Domingo (hoy República de Brasil), De la Puerta Falsa de Santo Domingo (hoy República del Perú), De la Cerca de Santo Domingo (hoy Belisario Domínguez) y De la Pila Seca (hoy República de Chile). Por la calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo, esto es, al norte del terreno, corría un canal que fue cegado en el siglo XVIII.[2]

Plaza de Santo Domingo.jpg

Pese a las dimensiones del terreno cedido a los dominicos, los frailes no se conformaron, de manera que hicieron correr una versión de la Real Cédula –que recogió fray Juan de la Cruz y Moya– según la cual Carlos V no sólo aseguró a los Predicadores la propiedad de esos solares para que pudieran construir su convento, sino que, además, les había otorgado la plazuela que estaba frente al atrio, “mandando no se labre en ella edificio alguno, sino que quede siempre desembarazada para el desahogo del convento y funciones de la iglesia”.[2]

Una vez que los dominicos adquirieron los solares, comenzaron la construcción de su convento. Lo primero que levantaron fue el claustro, concluido en el año de 1529, y siguieron utilizando la iglesia que tenían en la casa de los Guerrero hasta el año de 1532, cuando se concluyó la primera de las tres iglesias que los Predicadores erigieron en su solar (Cervantes de Salazar, 1985, p. 110). La merced de agua les fue concedida por el Cabildo de la Ciudad en 1542. El primer templo que construyeron los frailes fuera de la casa estaba orientado de oriente a poniente; tenía una sola nave y era tan pobre que su presbiterio consistía en “un rincón cubierto de paja”, mientras que la techumbre de su nave era de madera. En esa situación prevaleció varios años, pues fue hasta el 12 de mayo de 1552 cuando el rey expidió la Real Cédula, dirigida al virrey don Luis de Velasco, por la cual ordenaba que de la hacienda real se edificara la iglesia de Santo Domingo; por eso el título de la casa de los dominicos fue el de Convento Real.[2]

Los dominicos construyeron su convento en la plaza actualmente conocida por los escritorios de evangelistas o plaza de Santo Domingo. Si bien fue dedicado en 1575, las malas condiciones en que quedó hicieron necesaria una nueva construcción que se llevó a cabo de las siguientes décadas y fue terminado y dedicado en 1736. Según Manuel Toussaint, gran historiador del arte colonial, esta iglesia es, sin duda, el ejemplar más característico del barroco mexicano.[3]

1861[editar | editar código]

En 1861, debido a las Leyes de Reforma, se inició la demolición del convento de los dominicos. "Los conventos de los dominicos y franciscanos son demolidos en la época de la desamortización de los bienes eclesiásticos, un momento en el que seguía muy fresco el espíritu de la Independencia y la iglesia era vista como una institución que representaba el yugo español. Para la ciudad también representó la llegada de la modernidad, pues simbólicamente dejaba de ser una ciudad virreinal, en la que la religión regía todos los aspectos de la vida cotidiana, y se comenzaba a urbanizar bajo conceptos importados de las grandes metrópolis europeas, como el bulevar y la colonia”.[3]

Su destrucción sirvió para abrir la calle de Leandro Valle, inútil y poco transitada, pues no lleva a ninguna parte. Dice Toussaint que es la calle más torpe que han abierto los hombres, pues su objetivo fue cortar en dos el magnífico convento dominicano. Los escombros tardaron mucho tiempo en ser removidos. El espectáculo era deprimente para los capitalinos, quienes, como el historiador y geógrafo Antonio García Cubas conocieron y disfrutaron las bellezas de los conventos demolidos. En El libro de mis recuerdos, García Cubas narra la destrucción brutal de aquellos espacios. Las bibliotecas, con sus libros y manuscritos, los lienzos, las esculturas, los mármoles y bronces de los altares y columnas, todo fue derribado en unas cuantas horas. "De lo alto de las torres –escribe García- arrojábanse las campanas y esquillones que al chocar con las cornisas las hacían pedazos y llegaban al suelo con gran estruendo".[3]

Historia eclesiástica[editar | editar código]

Arquitectura[editar | editar código]

El convento era de estilo italiano, con un patio central flanqueado por cuatro arcadas que sostenían las celdas de los religiosos. Las paredes del claustro, en dichas arcadas, estaban cubiertas por una colección de lienzos debidos al famoso pincel del novohispano Miguel Cabrera y que representaban pasajes de la vida de Santo Domingo.[1]

Claustro[editar | editar código]

Al claustro se ingresaba a través de una portería conformada por una danza de arcos contigua al noviciado. El edificio era de dos pisos construidos al poniente de la iglesia. La fachada, que miraba al oriente, consistía en un arco de medio punto flanqueado por dos claraboyas. En el segundo piso se abría una arquería rematada con almenas y un torreón. El noviciado, igualmente de dos pisos, también se levantaba al poniente del templo.[2]

Atrio[editar | editar código]

Al frente de todo el conjunto se encontraba el atrio, bardeado, en el cual se levantaban cuatro capillas posas y una cruz al centro. Las capillas posas servían para depositar o “posar” al Santísimo Sacramento o a los santos de la devoción de la orden durante las procesiones públicas que se llevaban a cabo en el atrio. De esas capillas sobrevivió una en la esquina suroeste del antiguo atrio, hoy dedicada al Señor de la Expiración. Pese a sus reducidas proporciones –en opinión de quienes lo conocieron–, este primer convento de Predicadores de la capital novohispana era muy suntuoso.[2]

Capilla[editar | editar código]

García Cubas nos recuerda que el hermoso conjunto, que fue consagrado el 28 de enero de 1690 (y renovado en 1736), a la vez que la iglesia grande, desapareció junto con la capilla del Rosario, una joya de arquitectura “de orden jónico, uno de los más elegantes edificios que poseía la capital. Tan bella capilla se levantaba sobre planta cruciforme, cortados los ángulos rectos que formaban la nave principal y la del crucero, de manera que los muros se unían por medio de chaflanes que convertían la parte central del templo en una rotonda, compartida por 16 hermosas columnas gemelas. Eran estas esbeltas con estrías y bellos capiteles jónicos festonados, sobre los que descansaba el rico entablamento corrido, rematado por una elegante balaustrada. Los arcos torales sostenían las bóvedas de lunetos que permitían que las ventanas inundasen de luz el recinto del templo. Una graciosa cúpula daba feliz remate al edificio y tanto esta, como el ábside, las bóvedas y los tableros de los intercolumnios lucían pinturas al temple que representaban pasajes de la vida de la Virgen y eran debidas en su mayor parte al pincel de Santiago Villanueva. Mármoles y bronces dorados a fuego eran los materiales de que estaba formado el retablo de la Virgen”.[1]

Fuente[editar | editar código]

Hubo una pequeña fuente a fines del siglo XVIII, al parecer dibujada por el famoso arquitecto Ignacio Castrera: Era de forma circular, con un tosco pilón en el centro que vertía el agua por cuatro canalitos y se hallaba coronado por un águila parada en un nopal, en actitud de emprender vuelo. Es curioso que no estuviera en el centro, sino fuera de eje, casi pegada a los portales. Fue naturalmente destruida a finales del siglo XIX y, a su vez, sustituida por la fuente con una estatua de la Corregidora.[4]

Disposición[editar | editar código]

Campanas[editar | editar código]

Otras observaciones[editar | editar código]

Referencias[editar | editar código]

Bibliografía[editar | editar código]

  1. 1,0 1,1 1,2 1,3 1,4 Tomado de: https://relatosehistorias.mx/numero-vigente/la-afamada-plaza-de-santo-domingo-en-la-ciudad-de-mexico-del-siglo-xviii.
  2. 2,0 2,1 2,2 2,3 2,4 2,5 Martha Fernández, "La plaza de Santo Doomingo en el siglo XVI", en Revista Ciencia, México, enero-marzo 2016, pp. 76-85.
  3. 3,0 3,1 3,2 Tomado de El Universal: https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mochilazo-en-el-tiempo/los-grandes-conventos-capitalinos-que-ya-no-estan.
  4. Francisco de la Maza, “Bosquejo histórico de la plaza de Santo Domingo”, en Artes de México, año XV, núm. 110.