Instituto Patria (1945 - 1976)

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Datos

Época

Instituto Patria

Instituto Patria

Alcaldía
Dirección
19.435298, -99.201553
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Coordenadas
19° 26' 7.07" N, 99° 12' 5.59" W
Instituto Patria. Moliere 222. Polanco. Circa 1950

El Instituto Patria, estuvo ubicado en la calle de Moliere, entre la calle de Horacio y la calle de Homero, en la Colonia Polanco, en la Alcaldía Miguel Hidalgo. Cerrada en el año 1976, la institución jesuita formó a destacados personajes de la vida pública de México. El Instituto Patria, durante tres décadas vio pasar por sus aulas a más de 14,000 estudiantes varones de primaria, secundaria y preparatoria, logró por su nivel educativo el liderazgo de las escuelas particulares católicas Entre los egresados del colegio jesuita que ocupaba toda una manzana en la colonia Polanco se cuentan destacados empresarios, intelectuales, funcionarios públicos, políticos, artistas y deportistas. El Instituto Patria como institución educativa cerró en 1976. En el mismo lugar, 1997 inauguró el Palacio de Hierro Polanco, y en 2015, fue reconstruido y edificado El Palacio de los Palacios.

Historia[editar | editar código]

Como lo narra espléndidamente el arquitecto Rafael Fierro Gossman, en su blog Polanco ayer y hoy "Desde 1942 se iniciaron gestiones con la “Compañía Fraccionadora de Terrenos CEDROS” y la familia Cuevas para la cesión de terrenos para un centro educativo que administraría la Compañía de Jesús y tendría asiento en la sección Polanco-Reforma. Para 1944 se acordó un terreno hacia el nor-poniente del cruce de las avenidas Cedros (ahora Horacio) y Moliere, en la sección que la casa Cuevas aún dedicaba a labranza, como sitio para edificar la nueva escuela que se nombró “Instituto Patria”

Foto de Compañía Mexicana de Aerofoto, una toma fechada en 1945 en que aparece la primera etapa constructiva.

El proyecto para el edificio se encomendó originalmente al arquitecto José Villagrán García, pero el proyecto definitivo es de autoría incierta, ya que aparecen datos contradictorios en los archivos; no obstante, en algunos planos aparecen con autoría del despacho “MGI”, que encabezaba el arquitecto Nicolás Mariscal Barroso –y que formaría con su hermano la importante constructora “MarHnos” –. El edificio de primaria (cuerpo bajo del lado sur) fue inaugurado el 2 de febrero de 1945, primera etapa de un ciclo que duraría veinte años. El Instituto Patria fue la consolidación de un proyecto educativo jesuita para la ciudad de México iniciado en 1938, con la fundación en la calle de Gelati, en Tacubaya, del Instituto Bachilleratos, que incluía únicamente secundaria y preparatoria."[1]

Poco después, en terrenos de la ex hacienda de Los Morales donados por don Eduardo Cuevas, empezó la construcción de la nueva escuela, que en 1945 abrió su primaria ya con el nombre de Instituto Patria Vinieron luego la secundaria y la preparatoria, hasta completar el proyecto.

El Patria contaba con las mejores instalaciones de su tiempo Además de los edificios que albergaban uno a la primaria y otro a la secundaria y la preparatoria, tenía auditorio, gimnasio, capilla, cafetería, canchas de basquetbol, volibol y campos de futbol.

La calidad académica alcanzada por el colegio de los jesuitas hacía honor al lema de su escudo: Quo melus illac (“Buscar siempre lo mejor”) Según las estadísticas de ASIA Ciudad de México, 90% de los egresados del Patria alcanzaron la licenciatura y, de ellos, 70% tiene algún posgrado También 70% es director general o propietario de su propia empresa

Se hizo tradición la felicitación anual de las autoridades de la UNAM al Instituto Patria por el alto nivel de los estudiantes universitarios provenientes de esa escuela particular, que invariablemente lograban los primeros lugares en los exámenes de admisión y en los promedios generales de las diferentes carreras

A finales de los años sesenta cobró fuerza entre los jesuitas mexicanos una creciente preocupación social que llevó a un cuestionamiento no sólo de su labor educativa, sino al cuestionamiento de aspectos torales en el campo de la teología, la moral, la cuestión social y la propia vida religiosa Una corriente criticaba severamente el carácter cada vez más elitista de los colegios de la Compañía, particularmente el Instituto Patria.

En 1970, el entonces provincial de la Compañía de Jesús, Enrique Gutiérrez Martín del Campo, encomendó al CEE, dirigido por Latapí, la realización de un estudio, a partir de una encuesta, que sirviera de base para tomar una decisión sobre el sentido de la educación jesuítica El estudio fue dirigido por el padre Gabriel Cámara La conclusión fue drástica: el camino seguido no era congruente con los valores del Evangelio y los lineamientos de la Compañía de Jesús.

La decisión de cerrar el Instituto Patria y emplear los recursos que se obtuvieran de su clausura a un nuevo proyecto de educación popular, anunciada a principios de 1971, fue apoyada por el general de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe, y contó con la venia del arzobispo Darío Miranda

Los jesuitas llegaron a la conclusión de que su labor en el Instituto Patria “no está suficientemente enfocada a apoyar y acelerar el desarrollo integral de la persona y la integridad social del país.

Ante no pocas protestas de alumnos y padres de familia, se acordó suspender las actividades del colegio en forma paulatina, de modo de que sus 2,500 alumnos terminaran el ciclo que ya cursaban Y destinar los recursos obtenidos con la venta del terreno, una vez cubiertos todos los compromisos, al nuevo proyecto denominado Fomento Cultural y Educativo (FCE).

“El cierre del Patria fue una llamada de atención un tanto simbólica, pero eficaz”, dice Latapí, que dejó el sacerdocio poco después. “Fue un momento especialmente esplendoroso, lúcido de la historia de la Compañía de Jesús en América Latina”

Los jesuitas sostuvieron en cambio la Universidad Iberoamericana, en la capital; el Iteso, de Guadalajara; los institutos Lux, de León; Ciencias, de Guadalajara; Oriente, de Puebla, y Cultural, de Tampico, así como la Escuela Carlos Pereyra, de Torreón El Instituto Regional, de Chihuahua, cerró tiempo después, aunque por razones distintas.

La clausura del colegio, iniciada a partir de 1972 y concluida en 1976, y su transformación en un proyecto de educación popular fueron resultado de un proceso de autocrítica de los jesuitas sobre su labor educativa y apostólica que llevó a una “rectificación” que sacudió, conmocionó a la Compañía de Jesús

“Fue el símbolo de un dramático viraje”, resume el jesuita Luis del Valle, maestro muchos años en el Patria.

Hubo quienes, como él, respaldaron decididamente la medida y quienes se opusieron e incluso algunos que se “rebelaron”, como Carlos Pulido y los padres Pablo Morales, Enrique Jean, que fundaron el Centro de Integración Educativa con la pretensión de que fuera una continuación del Patria.[2]

Por otro lado, algunos padres de familia preocupados por la continuidad de la educación de sus hijos, fundaron el Centro Educativo Ciencias y Letras A.C. en el año de 1971.

"La Compañía de Jesús tenía la ilusión de formar líderes políticos, económicos y sociales, con ética cristiana y cuya vida personal y profesional se orientara bajo ese principio. Pero, en un examen autocrítico, asumió haber fracasado en esa empresa. Se reconocía el éxito pedagógico y social de sus colegios y egresados, pero que la sociedad no había progresado ni un paso hacia los ideales cristianos y, en especial, sus ex alumnos tampoco habían trabajado en construir una sociedad más justa". Jean Meyer[1]

El terreno fue vendido y en 1997 transformado en la conocida tienda departamental El Palacio de Hierro, no sin antes haber librado una serie de conflictos y disputas por el inmueble, por parte de los sucesores de los expropietarios, así como de los donadores originales del terreno, quienes lo reclamaron por haber cambiado el destino final de la donación, ya que el propósito del acto de generosidad fue la construcción de un centro educativo.

Historia contenida en el último anuario 1973[editar | editar código]

Siglo XVI[editar | editar código]

El 28 de septiembre de 1572 llegaron a la ciudad de México el P. Dr. Pedro Sánchez y once compañeros más, enviados todos por su general, Francisco de Borja, para iniciar los trabajos de la Compañía de Jesús en la entonces Nueva España.

Respondían de este modo los jesuitas a las repetidas peticiones de corporaciones como la Universidad y el Ayuntamiento de la capital, y de varias personalidades, entre las que se contaba a D. Vasco de Quiroga.

En el curso del año 1573 abrió el P. Sánchez un primer internado, o Seminario, para niños que quisieran estudiar latín; al año siguiente empezaron las clases de gramática para internos y externos en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, y un año después las de filosofía.

En 1577 establecieron los jesuitas una imprenta en su colonia para publicar libros de texto, y en el de 79, contando ya sus cursos hasta los de teología, se estableció una concordia de estudios con la Universidad, por la que estos cursos tuvieron validez como de escuela propia de la Universidad para graduarse en ella, y pudieron los alumnos de las dos instituciones asistir a clases indistintamente en una y otra.

Este fue el principio del servicio que en la educación prestaron los jesuitas a la juventud de México.

Siglo XVIII[editar | editar código]

En 1750, el primer internado fundado por el P. Sánchez, y otros cuatro que se le agruparon, se alojó en la nueva casa construida para ellos por el P. Cristóbal de Escobar y Llamas; el "Real y más antiguo Colegio de San Pedro y San Pablo y San Ildefonso de México-, conocido todavía hoy como San Ildefonso, tuvo alumnos entre sus internos, como Francisco Xavier Alegre, Francisco Xavier Clavijero, Diego José Abad, y otros que serían después sus profesores.

EI Colegio Máximo en que se impartían las clases, San Ildefonso, que alojaba a los internos, y Tepozotlán, en donde los jesuitas se formaban, eran, en 1767, el centro de otros 23 colegios, más nueve internados y cuatro o cinco casas en que se impartía enseñanza, cuyos estudios todos, conformados por los del Colegio Máximo, tenían valor en la Universidad.

Otras instituciones como los Colegios de Todos Santos, San Juan de Letrán, De la Enseñanza de Niñas, y De las Vizcaínas, entonces todavía en formación, contaban también con el apoyo de los padres.

Ese año 1767, el Rey Carlos III, desterró a los jesuitas de sus reinos y sólo el Colegio de San Ildefonso, tomando cargo de él sus exalumnos, pudo conservarse abierto.

Siglo XIX[editar | editar código]

Durante el Siglo XIX, siendo otras las condiciones del país, los jesuitas, vueltos al Colegio de San Ildefonso de 1816 a 1820, sirvieron más bien a la ciudad colaborando en las instituciones nacionales de cultura que en las suyas propias.

El Colegio de San Gregorio, que quedó a su cargo en 1854, funcionó sólo dos apios, y sólo uno el de San Cosme; pero aun siendo escasos los jesuitas ese siglo, la Universidad Nacional, el Colegio de San Ildefonso —convertido en nacional—, la Biblioteca Nacional, la Sociedad de Geografía y Estadística, y las Academias do la Historia y de la Lengua, los quisieron contar entre sus colaboradores.

El Dr. Basilio Arrillaga, S. J., sirvió como Rector a la Universidad y al Colegio de San Ildefonso, y a la Nación como Legislador, la elaboración de varias leyes sobre educación en la Comisión de Instrucción Pública.

Del año 1867 al de 1891, tuvieron a su cargo los jesuitas el Seminario Metropolitano, institución que contaba con el reconocimiento oficial de sus estudios, y a la que acudían para estudiar, también, segares.

Miguel E. Schultz No. 130 (1933).

Sta. María la Ribera No. 24

(1934).

El 2 de enero de 1896, en el edificio conocido como Mascarones, abrió sus cursos el INSTITUTO CIENTIFICO DE MEXICO.

Este, llamado también Colegio de San Francisco de Borja, constituye el inmediato antecedente de nuestro Instituto, bien que no más de cien de sus alumnos presentaron los exámenes de la Preparatoria para entrar en la Universidad, y que, sorprendidos por los acontecimientos revolucionarios del año catorce y el avance de las fuerzas constitucionalistas, los superiores de la Compañía festinaron su clausura.

Siglo XX[editar | editar código]

Las diversas tentativas de reabrir el Instituto en Mascarones tropezaron siempre con algún obstáculo, y éstas y otras se vieron aplazadas por el recrudecimiento del conflicto religioso en 1927.

En 1931, en la calle de Sadi Carnot No. 13, el Instituto Patria abrió sus puertas, nueve jesuitas lo atendían y eran setenta y cinco sus alumnos, incorporados sus estudios a la SEP. Los padres Joaquín Cordero y Félix Lanteri fueron sus primeros directores, apoyados por el Provincial P. Enrique M. del Valle.

El Instituto de Ciencias y Letras, de las calles de Miguel Schultz (1933), pasó (1934) a las calles de Santa María: incorporados ese año sus estudios a la UNAM, BACHILLERATOS fue el nombre del colegio que cambió de sede en busca de más amplios locales, a Vallarta, Mérida y Gelati, sucesivamente.

Los Padres José Ma. Altamirano y Carlos M. Heredia, junto con el Lic. Francisco Pérez de Salazar y el Arq. Benjamín Orvañanos lucharon por la supervivencia de esta institución, en días aciagos en que era necesario cambiar de domicilio y aun de nombre cada año.

Arquitectura[editar | editar código]



Generaciones[editar | editar código]

Generación por el año de entrada Primaria Secundaria Preparatoria
Instituto Patria Generación 59
Instituto Patria Generación 60
Instituto Patria Generación 61 click aquí
Instituto Patria Generación 62
instituto Patria Generación 63
Instituo Patria Generación 65
Instituto Patria Generación 66
Instituto Patria Generación 67
Instituto Patria Generación 68
instituto Patria Generación 69
Instituto Patria Generación 70
Instituto Patria Generación 71 click aquí
Instituto Patria Generación 72
Instituto Patria Generación 73
Instituto Patria Generación 74
Instituto Patria Generación 75

Profesores Célebres[editar | editar código]

Director: Jose de Jesus Martínez Aguirre, así como el 'Prefecto' Manuel Sanchez Aldana ; Maestras: Teresa Macaira, Carmen Palafox y Victoria Rico, Paniagua, Palafox, De la Cerda, Gálvez, Llanes, Garcilazo Padre Rosillo, Padre de la Torre.


Anuarios[editar | editar código]

Año

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anuario en esta columna

Portada
Anuario 1945[3]
Primaria
Anuario 1963[3]
Primaria
Anuario 1964
Primaria
Anuario 1965
Primaria
Anuario 1966
Primaria
Anuario 1967
Primaria
Anuario 1968
Secundaria
Anuario 1969[3]
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Anuario 1970
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Anuario 1971[3]
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Anuario 1973

Alumnos Célebres[editar | editar código]

Entre los egresados del Patria se cuentan empresarios como, Emilio Azcárraga Milmo, Alejandro Burrillo Azcárraga, Valentín Díez Morodo, Francisco Ealy Ortiz, Angel Lozada, Alfonso Romo Garza, Alonso de Garay, Jaime Chico Pardo; los políticos Pedro Aspe, Eduardo Pesqueira Olea, Fernando Solana, Juan Molinar Horcasitas; Alejandro Gertz Manero; el científico Salvador Malo Alvarez; el político Gilberto Rincón Gallardo; el actor Pedro Armendáriz; el escritor Héctor Aguilar Camín; el director de orquesta Carlos Esteva Loyola, el cantante Enrique Guzmán; los deportistas, Manuel Lapuente, Juan Ignacio Basaguren, Luis Amuchástegui; el ganadero Fernando de la Mora, el obispo, Onésimo Cepeda, el diseñador Carlo Demichelis, el pintor Rafael Cauduro, así como Represas, Trouyet, Peralta, Mariscal, Barroso, Rodríguez Elorduy, De la Mora, De la Borbolla, Gómez Morín, González SabaleguiI, De Tavira, Ibargüengoitia, eran apellidos infaltables en las listas de alumnos de los anuarios del Patria.

Personajes Inolvidables[editar | editar código]

  • "El Calabaza", recordado por sus famosos tacos sudados de frijol, papa y chichi (chicharrón), a las afueras del Instituto, con su inseparable bicicleta.[4]Escucha su tradicional grito[4]
  • "El Primo" (Hector Esquivel), pa’ tu tía.

Anécdotas Geniales[editar | editar código]

Testimonio Alberto Ruy Sánchez. Ex alumno.[editar | editar código]

"Durante seis años, de los doce a los dieciocho, pasé mis días en un laberinto. Tenía la forma de un edificio enorme, recubierto casi todo de tezontle, esa piedra roja que dio carácter al centro de la ciudad de México durante siglos. La que Octavio Paz, en un poema, describía como “color de sangre seca”. Al centro, un semicírculo más alto, pintado de gris, tenía nueve bandas verticales claras, delimitadas por diez tiras rojas. Al centro, gigante, el escudo jesuítico del colegio. Dos lobos compartiendo la olla del fuego transformador, donde se cocina la lucidez.

Se entraba subiendo una amplísima escalera de siete escalones, por la calle de Molière, en el número de resonancias mágicas 222. Una banda ancha, roja con letras claras, ostentaba el nombre del colegio. El edificio ocupaba toda la manzana. A la izquierda estaba la escuela primaria, a la derecha secundaria y preparatoria. Atrás tenía varios patios y gimnasios, una cancha cubierta de basketball, talleres muy diversos, incluyendo uno obscuro de fotografía, dos cafeterías, sala de billar, una biblioteca cuyo orden e inventario todavía recuerdo; y un enorme teatro con sótanos y pasadizos secretos.

En la planta alta había laboratorios científicos que parecían del siglo XIX. Se levantaba una cortina y surgían aparatos extraños. Y esa misteriosa antigüedad de máquinas bellísimas y enigmáticas resultaba fascinante. Las aulas tenían forma de anfiteatro, con techos muy altos, cada hilera corría a una altura diferente y había un sótano enorme debajo de las bancas al que, por supuesto, entrábamos clandestinamente.

La azotea, cerrada con un candado del que siempre encontrábamos la llave debajo de algún ladrillo suelto, era un mirador privilegiado. En esa época remota era uno de los edificios más altos de Polanco. Veíamos las copas de los árboles porque entonces había muchos más en las calles y los jardines privados y hasta en los parques. Entre las disparejas y abundantes manchas verdes, surgían como agujas las torres de las iglesias, la fuente de petróleos y la masa del auditorio nacional anunciando el comienzo del bosque de Chapultepec. Hacia atrás, el terreno subía hasta la Defensa y antes había ya algunos edificios de departamentos que entonces eran modernos. Sobre todo, después de las vías del ferrocarril. Algunos de quienes vivían en la colonia podían ver sus casas desde la azotea.

En ese laberinto extraño y para mí fascinante, que por fuera parecía y se anunciaba como una escuela, fui muchas veces feliz y también lo contrario. Hice amigos que sigo queriendo y aprendí muchas de las actitudes vitales que aún me mueven y que ante diferentes situaciones me hacen ser escéptico o entusiasta, curioso o indiferente, esforzado o distante, exigente o tolerante.

En sus patios y gimnasios, cada tarde formé parte del equipo de atletismo y seguramente ahí tomaron forma los pocos músculos que aún tenga. En la moderna iglesia de San Ignacio, justo al lado, donde reinaba una sufriente imitación de un cuerpo andante del escultor español Pablo Serrano Aguilar (1908-1985), pero esta vez crucificado, tuve mis breves dosis de desliz místico y mi extenso aprendizaje del escepticismo religioso.

En la biblioteca aprendí que lo interesante estaba más allá de las aulas. Y en las aulas a sobrevivir y vivir en una dinámica colectiva. Siendo una escuela católica, pero de jesuitas, ahí tuve maestros de otras religiones y eso era una lección más grande que todo lo que enseñaban. Recuerdo fascinantes conferencias de un rabino y otras más estables de un archimandrita ortodoxo.

Como yo vivía en un pueblo muy lejano, más allá de ciudad Satélite, Polanco representaba para mí la entrada laberíntica a la ciudad de México. Y cada tarde, sobre la calle ancha y de doble camellón arbolado de Ejército Nacional, yo tomaba el primero de los aventones o de los camiones que me llevarían hacia el norte. Por la carretera a Querétaro, después de Satélite, girando a la izquierda en Santa Mónica y tomando la carretera vecinal que se alejaba de Tlalnepantla hacia Villa del Carbón. Hacia la casa familiar, hacia Atizapán de Zaragoza y sus fantasmas.

Polanco para mí era, antes que nada, ese edificio del Colegio, ese claustro retador que infundía entusiasmo, ese mundo introvertido e interminable que, antes de ser un centro comercial idéntico a tantos en el planeta, presumía con orgullo ser un lugar de excepción y de excelencia por sus efectos forjadores en cada uno de nosotros. El claustro clausurado. Se llamó Instituto Patria. Y ahora sólo existe alimentando la imaginación de nuestros recuerdos.

Crónica en la última memoria (1973)[editar | editar código]

Nuestros patios —en Gelati o en Moliere— fueron siempre el sitio de una convivencia amable que muy fácilmente dejó de ser formal. No eran sólo las vicisitudes momentáneas de un encuentro deportivo lo que nos reunía. En torno a una cancha, a remar en Chapultepec, de excursión en autobuses de segunda o en ferrocarril, en los corrillos bajo la arboleda de Gelati, o en las mesas del interminable dominó, se forjaron amistades, surgió la óptima oportunidad para el conocimiento propio y el del compañero, para el respeto a la persona y la discusión de las ideas o las ideologías.

Nunca estuvieron ausentes nuestros profesores de esta convivencia, pero en ella fueron ante todo compañeros; no habían perdido la memoria de sus años de estudiantes, tenían ahora quizá más experiencia y más conocimientos, pero gustaban de acercarse a nuestra juventud, y revivir con ella aventuras e ilusiones. El riesgo nunca falta en el deporte ni en la discusión, exponer y exponerse es necesario, aprendimos a hacerlo en estos años de la convivencia preparatoriana; aprendimos, también, a ceder y compartir, a solidarizarnos y a sacrificarnos, a comprometernos.

No estaba sólo en juego un juego de pelota, los corrillos y los cuadros en los patios, debieron disolverse; no era tiempo ya para los combates de lanchas en Chapultepec, ni había tiempo para la excursión con los amigos. De algunos no volvimos a saber, otros nos acompañaron hasta la Universidad, volvían a estar en juego ahí las posibilidades del encuentro, las oportunidades de la discusión, en ocasiones, la necesidad de discrepar. Nuestro respeto a la persona no era timidez, nuestra capacidad para escuchar no era asentimiento ni sometimiento sin razones. Reprimimos la espontaneidad y rehusamos las provocaciones, llegó, sin embargo, aquel momento en que salimos a la calle.

La comunidad de nuestra convivencia se encontré turbada, volvimos a encontrarnos como compañeros, maestros y estudiantes, por encima de las discrepancias pasajeras. No sólo nuestro propio destino estaba en juego, lo manifestamos. Para la crítica y para el razonamiento se necesita un interlocutor. Nuestras opiniones, nuestros juicios, quizá se dividieron, las convicciones y los intereses no siempre están del mismo lado. Todos, sin embargo, coincidimos en un juicio; va a ser muy difícil restaurar la convivencia y ésta no será la misma. Nada puede ser ya igual después de ese momento, México 1968, pero es indispensable restaurar la convivencia en el respeto a la persona y las posibilidades de la discusión y de la crítica.

Bibliografía[editar | editar código]

Referencias[editar | editar código]

  1. 1,0 1,1 Fierro Gossman, Rafael. Polanco Transformaciones de un Barrio. 1 de agosto de 2011. http://polancoayeryhoy.blogspot.com/2011/08/el-instituto-patria.html. 18 de abril de 2020.
  2. La Redacciòn. Proceso. 24 de 07 de 1999. https://www.proceso.com.mx/181099/cerrada-hace-28-anos-la-institucion-jesuita-formo-a-destacados-personajes-de-la-vida-publica-del-pais. 01 de 04 de 2020.
  3. 3,0 3,1 3,2 3,3 Cordero, Ignacio. Videos para siempre. s.f. http://www.videosparasiempre.com/. 18 de abril de 2020.
  4. 4,0 4,1 Cordero, Ignacio. You Tube. 16 de 10 de 2015. https://www.youtube.com/watch?v=3CIpvcp14ow. 01 de 04 de 2020.