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Colonia San Diego Churubusco

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La Colonia San Diego Churubusco se ubica al norte de la Alcaldía Coyoacán, en los límites con la Alcaldía Benito Juárez. Su nombre tiene origen prehispánico y español. Churubusco proviene de la hispanización del náhuatl "Huitzilopochco", nombre de la región prehispánica al oriente de Coyoacán, que significa literalmente “en el lugar de Huitzilopochtli”, o “en el lugar consagrado al dios de la guerra”. La raíz nahuatl es "Huitzilin", cuyo significado es el colibrí, el ave de plumaje multicolor que también se dice “huitzitzillin”, con referencia al pico de este pájaro que se le llama “huitzitzique”, y que significa espina.[1] Por otra parte, San Diego proviene de la orden religiosa que se hizo cargo del convento, abandonado por los franciscanos, al que hoy se le conoce como Museo de las Intervenciones y que se encuentra al centro de la Colonia. Este ex convento es, sin duda, el sitio más emblemático, pues, además de ser una de las construcciones más antiguas, tuvo un papel relevante en la guerra contra Estados Unidos.

Historia

San Diego Churubusco, Convento (1).JPG

Prehispánica

Seguramente el lugar en donde hoy se asienta el Museo Nacional de las Intervenciones tiene como basamento el antiguo pueblo prehispánico que nos remite al barrio de Pochtlan, y que estaba muy cerca de lo que fue el teocalli de Tepuztecatl, deidad del pulque y de los mercaderes. El nombre prehispánico del poblado en el que se encontraba este barrio era Huitzilopochco. Al paso del tiempo, la denominación prehispánica se transformó hasta llegar a nosotros en forma castiza. Hoy a este antiguo poblado prehispánico le llamamos Churubusco. Los antecedentes mesoamericanos del lugar se remontan, por lo

San Diego Churubusco, Colibrí.jpg

menos, ocho siglos atrás.[1]

Sabemos muy poco del asentamiento prehispánico en el lugar. Las crónicas tanto del siglo XVI como las posteriores nos hablan de Huitzilopochco como un pequeño poblado cuyos antecedentes arcaicos lo constituyen los “colhuacas”, habitantes que comenzaron a ocupar la cuenca de México en el siglo XIII de nuestra era. En este siglo los indios de tradición Colhua-Chichimeca formaron una confederación llamada de los “Cuatro Señores”, o Nauhtecutli, integrada por los pueblos de Colhuacan, Ixtapalapa, Mexicalcingo y Huitzilopochco. La Confederación de los Cuatro Señores incluso mantuvo esclavizadas a las tribus mexicas cuando atravesaron el territorio de la cuenca de México, en su peregrinación para encontrar el lugar de fundación de su ciudad. Así, entre los años de 1302 y 1303 de nuestra era, los mexicas vivieron en Culhuacan, como centro más importante de la Confederación. Más tarde, los mexicas continuaron su camino hasta fundar Tenochtitlan en la región más pantanosa de la cuenca de México en 1325.[1]

San Diego Churubusco, Convento (7).jpg

Para el siglo XV, Huitzilopochco ya constituía una de las principales comunidades Culhuas. La relación de éstos con los mexicas había sido de sujeción y dominio recíproco, ya que ambas eran parte integrante de los Cuatro Señores. No obstante, los mexicas comenzaron a conquistar y posteriormente a someter a los pueblos vecinos mediante alianzas estratégicas o a través de la guerra, de tal manera que para este siglo una buena parte del centro de México estaba dominado por la Triple Alianza, esto es, la confederación constituida por los señoríos de Tlacopan, Texcoco y Tenochtitlan. Dada su condición de pueblo eminentemente guerrero, y guiados por Huitzilopochtli, los mexicas conquistaron a los Nauhtecutli, y por lo tanto a Huitzilopochco. De este modo, la suerte de este poblado cambió; de estar ligada al dominio de los Nauhtecutli, se convirtió en tributario del gran imperio mesoamericano.[1]

San Diego Churubusco, Placa convento (2).jpg

La conquista de Huitzilopochco por los mexicas puede situarse entre los años de 1428 y 1430, durante el segundo año del reinado de Izcóatl. En este lapso los mexicas se expandieron hacia el sur de los lagos, al grado de hacer huir al señor de Coyoacán, y de esta forma, los huitzilopochcas quedaron sometidos en calidad de tributarios del imperio mexicano. Fue entonces cuando Izcóatl se hizo señor de Cohyohuacan, Huitzilopochco y Atlacuihuaya, que eran las ciudades “más pujantes de los Tepanecas”. El Códice Mendocino señala los productos que Huitzilopochco tributaba a los aztecas y que consistían principalmente en plumas multicolores de colibrí, un escudo o “chimalli” decorado profusamente con plumas del ave, además

San Diego Churubusco, Iglesia del Convento (3).jpg

de flores multicolores.[1]

En 1504 murió el señor de Huitzilopochco, de nombre Huitzilatzin. Los pobladores relacionaron su muerte con el eclipse de sol que se produjo un poco antes, como un signo ominoso que presagiaba una gran calamidad para todos los pueblos de Anáhuac. Así lo manifiesta Juan de Torquemada cuando dice: “porque como no alcanzaba ser cosa natural, creían que era algún anuncio de cosas venideras; y aunque es así, con todo, sucedió luego tras él la muerte de Huitzilatzin, Señor de Huitzilopochco...”. En efecto, el fenómeno natural pareció anunciar en Huitzilopochco la muerte de su gobernante. Sin embargo, nadie se imaginaba todavía lo que vendría después: la llegada de hombres rubios y barbados a la cuenca de México.[1]

En un principio la suerte de los pobladores de Huitzilopochco estuvo asociada a la acción de los conquistadores. Los huitzilopochcas se aliaron con Cortés y sus hombres, ya que -como la mayoría de los pueblos subyugados por el poderío mexica-, vieron en ello la oportunidad de deshacerse de la tutela y dominio mexica. De este modo, durante el proceso de ocupación, en enero de 1521, el señor de Coyoacan y Huitzilopochco, Huitzilatzin II, hijo del que murió en vísperas del eclipse de 1504, ofreció ayudar a los españoles para poder tomar la ciudad de México-Tenochtitlan. En contraste, cuando los europeos sufrieron la derrota de la “Noche Triste”, los huitzilopochcas les retiraron el apoyo, como precaución ante un probable repunte de las fuerzas mexicas y de sus aliados de la zona lacustre central.[1]

Podemos observar cómo los indios aliados de estos lugares se habían rebelado contra los españoles y sus adeptos nativos. El grupo de los Nauhtecutli, aún conservaba su organización y fue de los que opusieron resistencia a la conquista europea, muy probablemente porque desde abril de 1521 Cortés y sus hombres habían tomado Iztapalapa y con sus bergantines habían rodeado por el sur para consumar el asalto a Tenochtitlan. Finalmente, en agosto de ese mismo año, 1521, los ibéricos redujeron a cenizas el lugar y conquistaron el imperio más poderoso de Mesoamérica en este tiempo. Huitzilopochco se unió entonces a la suerte de las ciudades aledañas a los lagos de Texcoco, Chalco y Xochimilco, es decir, también sufrieron el mismo proceso del asalto y destrucción de la capital mexica.[1]

Colonial

Siglo XVI

El asentamiento prehispánico de Huitzilopochco, al igual que otros poblados de la cuenca de México, sufrió una transformación profunda en las primeras décadas del siglo XVI, que tuvo como principal característica la conquista militar y espiritual por parte

San Diego Churubusco, Convento (2).jpg

de los europeos. En Churubusco, como en la mayor parte de los antiguos poblados prehispánicos, el proceso de este cambio se manifestó de manera palmaria con la inserción del cristianismo y con el inicio de la construcción de un nuevo espacio sagrado, de una edificación sensiblemente distinta a las prehispánicas. La primera etapa constructiva del convento se inicia en 1592, año en que se erigió la primera casa de formación de franciscanos en Churubusco. Posteriormente, en el siglo siguiente se inició la reedificación del convento desde sus cimientos.[1]

San Diego Churubusco, Casa.jpg

San Mateo Huitzilopochco era parte del corregimiento de Coyoacán. Huitzilopochco fue evangelizado en primer término por los franciscanos. Durante los primeros 50 años de la llamada conquista, los frailes franciscanos, dominicos y agustinos, fueron agentes activos de un exitoso programa de conversión y evangelización entre los indios. Vemos de esta forma que el antiguo poblado de Huitzilopochco pasó a ser un pueblo de indios, agregándole a la denominación prehispánica el nombre cristiano de San Mateo, con lo cual se le empezó a conocer como San Mateo Huitzilopochco.[1]

En los primeros años de la conquista, el pueblo de San Mateo Huitzilopochco consolidó la estructura de sus barrios, misma que se conservó durante todo el periodo virreinal y buena parte del siglo XIX. Su principal actividad económica era la industria de la sal que desde la etapa prehispánica había adquirido primacía destacada en los pueblos del sur de la cuenca de México. Otras actividades menores eran la pesca y la cacería de patos.[1]

Durante el siglo XVI, en el poblado de Huitzilopochco se construyeron dos templos cristianos. Uno de ellos fue el de San Mateo, que posteriormente se le encomendó al clero secular, y otro fue el del convento franciscano. De acuerdo con todas las crónicas y documentos sobre el lugar, la edificación religiosa de los franciscanos fue una de las primeras que se fundaron en la Nueva España. Baltasar de Medina, cronista de la orden de San Diego, afirma que los 12 primeros franciscanos, encabezados por fray Martín de Valencia se instalaron en la Nueva España y fundaron en Churubusco un templo dedicado a Dios y a María, aunque aclara que este templo, “si no fue el primero, lo cierto es que, fue edificado por ellos, y que lo habitaron algún tiempo por ser el pueblo de mucha gente, y vivir en él un deudo muy cercano a Moctezuma”. De este primigenio edificio no queda más que el relato, ya que las primeras fundaciones de los franciscanos fueron de construcción perecedera.[1]

San Diego Churubusco, Monumento a María Pedro Anaya.jpg

Cabe señalar que hasta 1560 el número de fundaciones franciscanas en el centro de la Nueva España había alcanzado la cifra de 80 establecimientos, lo cual dificultaba su control. En razón de ello, los franciscanos se comenzaron a deshacer de algunos de sus establecimientos transfiriéndolos a otras órdenes, por ejemplo a los dominicos y a los de San Diego, o bien cambiándolas por aquellas que resultaban útiles al modelo de evangelización seguido por ellos. “Sólo en 1568, siete u ocho de sus establecimientos fracasaron.”42 Principalmente por esta razón la casa franciscana en Churubusco fue abandonada paulatinamente desde la década de 1570.[1]

En 1581, por disposición del Cabildo Metropolitano, y atendiendo a la petición de fray Pedro del Monte, visitador de la Provincia de San Gregorio de Filipinas, la construcción pasó a poder de la Orden de San Diego de Alcalá, una reforma de los franciscanos. Los dieguinos, que estaban de paso en la Nueva España, tomaron posesión del edificio y de inmediato procedieron a agrandarlo. La presencia de estos religiosos reactivó el pequeño convento que habían abandonado los mendicantes de tal forma que para finales de la década de 1580, los descalzos ya tenían su casa de formación.[1]

En tal virtud, y como una reafirmación del crecimiento de la orden religiosa, en 1589 la advocación de la iglesia de este convento se cambió de Santa María de los Ángeles, que le habían adjudicado los franciscanos, a San Diego de Alcalá, con el objeto de honrar al padre fundador de la orden. Esta advocación la conserva hasta la fecha. Los frailes establecieron en este pequeño monasterio estudios de gramática, de tal suerte que en 1592 comenzó a funcionar la casa de formación, convirtiéndose en una “visita” dependiente de la Provincia de San Gregorio en las Filipinas.[1]

San Diego Churubusco, Calle.jpg

Hasta el siglo XVI, el conglomerado de Churubusco pasó de ser un asentamiento prehispánico, a un pueblo de indios novohispano, con dos centros de evangelización: una parroquia del clero secular, y una pequeña ermita del clero regular. De esta forma, ambos establecimientos servían para satisfacer la vida espiritual de la población.[1]

Siglo XVII

El virrey de la Nueva España entre 1621 y 1624, Diego Pimentel Carrillo, Marqués de Gelves, se había constituido como un protector de la orden de San Diego, debido a que su confesor, Bartolomé Burguillos, era el guardián del Convento de Churubusco. En 1624 se produjo una desavenencia entre el clero secular, representado por el Arzobispo de México, Juan Pérez de la Serna, y la corona española, en cuya representación actuaba el virrey. Las diferencias en materia de jurisdicción degeneraron en la descalificación mutua: el virrey desterró al arzobispo, y éste excomulgó al virrey, en una suerte de correspondencia cordial.[1]

A raíz de esta excomunión se produjo el primer motín de la Ciudad de México, en donde una caterva de léperos y otros habitantes capitalinos tomaron por asalto el palacio virreinal provocando un incendio de proporciones mayúsculas. Ante el ataque de la turba, el virrey buscó un refugio en donde estuviera seguro, a lo que su confesor le ofreció el Convento de Churubusco, en la actual Colonia San Diego Churubusco. El virrey se trasladó a este convento y se instaló provisionalmente. Sólo así salvó su vida. Desde allí, argumentó que la excomunión no podía aplicarse al virrey dada su investidura real. A partir de entonces Gelves se constituyó en protector de los frailes descalzos y concedió el uso del agua de Acuecuexco a los frailes a través de una merced real para beneficio del propio convento. Incluso él mismo costeó una parte del acueducto para conducir el agua, distante del convento aproximadamente dos kilómetros.[1]

La reconstrucción del convento de Churubusco se inició en 1678. La obra de reedificación consistió en desmantelar la antigua construcción y en su lugar levantar el convento desde sus cimientos. En estos años, se construyó el claustro, salones, oficinas, y celdas para los novicios, todo ello bajo la responsabilidad del arquitecto Cristóbal de Medina y Vargas, quien el 21 de abril de ese año concertó el contrato con Diego del Castillo, quien le pagaría 4 mil pesos al inicio de la obra y otros 4 mil, conforme lo requiriera el trabajo, que todo indica que se realizó en sólo cuatro meses.[1]

El año de mil seiscientos y setenta y seis, cuando se reedificó la iglesia y casa de Huitzilopochco, para formar el nuevo cementerio se deshizo una peaña, y cruz que estaba en el antiguo, y en los cimientos se halló un ídolo de la forma de un sapo. Prueba que también confirma haber estado en aquel lugar el Idolo Quetzalcohuatl, rodeado de otras abominaciones.

Siglo XVIII

Contrariamente a los estereotipos que se le suponen, el aspecto físico actual de la totalidad del convento no fue obra de unos cuantos años; su construcción llevó siglos. El tiempo ha contribuido a fortalecer un espacio que pasó de ser un lugar cerrado, (claustro) a un espacio público, abierto. En la última etapa del periodo virreinal se le añadieron al convento elementos arquitectónicos diversos, de tal suerte que en dos siglos pasó de ser una pequeña casa de formación con su templo, a un inmueble de la magnitud que conocemos hoy. Comparativamente, de los conventos dieguinos de la Provincia de San Diego de México, el de Churubusco no es, ni con mucho, el mayor en cuanto a dimensiones, pero es de los pocos, quizá el único, que conserva la estructura y el conjunto arquitectónico del siglo XVIII.[1]

Siglo XIX

Una pequeña aldea, distante dos leguas de México, situada en la confluencia de los caminos de Tlalpam y Coyoacan, formando, por decirlo así, el vértice del ángulo que representan ambas calzadas. El pueblo de Churubusco se forma de un grupo de humildes chozas de adobe, levantadas en un suelo fértil y pantanoso, donde la vegetación se desarrolla exuberante. Sus sembrados producen la caña corpulenta del maíz, y las milpas se prolongan hasta la misma iglesia y convento de Churubusco.[2]

Este siglo es el de mayor expansión geográfica de la orden religiosa, y en donde el convento de Churubusco tuvo su etapa de mayor esplendor. Para la segunda mitad del siglo XVIII el número de aspirantes al hábito descendió notablemente debido a las pugnas entre el clero secular y regular, merced a las reformas borbónicas. Aunado a ello, a principios del XIX, con las transformaciones políticas del nuevo orden del México independiente, el convento aminoró su actividad bajo la forma de una casa conventual con pocos aspirantes al hábito.[1]

Durante la primera mitad de este siglo el convento de Churubusco destinó locales para ser ocupados como escuela de primeras letras. En 1844, para cumplir un bando de la Prefectura de Coyoacán, que ordenaba establecer escuelas de primeras letras, los frailes destinaron estos mismos espacios, en espera de que la autoridad civil enviara a un preceptor, para establecer una escuela de niños.132 Según parece esta escuela estuvo funcionando durante algún tiempo, prácticamente hasta el inicio de la guerra frente a Estados Unidos. Si bien no existe información amplia y precisa al respecto, este hecho revela otro aspecto de la institución del clero regular y su relación frente al nuevo gobierno del México independiente.[1]

A raíz de la revolución de independencia de México, con los sucesivos cambios de gobierno, la actividad constructiva y reconstructiva se suspendió. No fue sino hasta la defensa de 1847 cuando el convento sería ocupado primero por los Guardias Nacionales, y después por los soldados norteamericanos, pero en esa ocasión no se hizo ninguna reforma al inmueble, sino únicamente reparaciones por los daños causados por la ocupación.[1]

Intervención estadounidense de 1847

A partir del mes de julio de 1847 la movilización en el Valle de México se hizo más notoria debido a que el ejército norteamericano se acercaba a la capital del país, hecho que los periódicos reproducían y que los viajeros y comerciantes transmitían de boca en boca. Hasta ese mes, la mayor parte del territorio mexicano, desde California hasta Puebla, estaba controlado por el ejército invasor, el cual estaba a un paso de entrar a la ciudad de México. A las puertas de la capital, en el lugar conocido como Peñón Viejo, los extranjeros rodearon por el sur, para evitar así entrar por la ahora llamada Calzada de Zaragoza. Esta disposición alteró el plan de defensa que tenía el general Santa Anna, y por ello se decidió fortificar el sur del valle de México.[1]

Mientras, en el poblado de San Mateo Churubusco y en su convento, los frailes fueron sometidos a las disposiciones militares; desde junio se había dado la orden para su desalojo. El guardián del convento, Joseph Peredo comunicó la noticia a los novicios y maestros que quedaban en el lugar y advirtió que era preciso salir, por orden gubernamental, para que el recinto se ocupara por las fuerzas militares y por la guardia nacional. De esta forma, comenzaron los trabajos de fortificación en Churubusco con el fin de detener el avance del enemigo. El 21 de junio de 1847, los frailes emigraron hacia el Convento de San Diego de la ciudad de México, y sólo quedó un guardián, Francisco Orruño, en el convento de Santa María de los Ángeles. El día 22 de junio el gobierno ocupó del convento “convirtiéndolo en presidio, cuartel y fortaleza”.[1]

El 18 de agosto el general Manuel Rincón, un veterano militar de las guerras de independencia, asumió el mando de las tropas en Churubusco, por orden expresa de Santa Anna. Así, llegó el jueves 20 de agosto. Procedente de San Ángel, Santa Anna y sus 5 mil soldados de la división del Norte pasaron por Churubusco y atravesaron el puente con rumbo a la ciudad de México. En el convento, el general Santa Anna sostuvo una conversación con el jefe del punto, Manuel Rincón, concluyendo que en este lugar debía ofrecerse una resistencia ya que el general Gabriel Valencia había sufrido una desastrosa derrota en las lomas de Padierna. Efectivamente, la derrota de Valencia apenas aquella madrugada, había sido un golpe demoledor, con lo cual el ejército de Santa Anna retrocedía hasta la capital del país.[1]

Aproximadamente a las 10:00 de la mañana, el contingente invasor procedente de Padierna avanzó rumbo a Churubusco, pasando por Chimalistac y por Coyoacán. Algunos grupos de indígenas, pobladores de San Mateo abandonaron sus chozas en prevención del inminente ataque. Así, la defensa del convento sólo esperó la oportunidad para repeler el ataque. La tropa del general David Emmanuel Twiggs llegó por el suroeste, esto es por el camino a Coyoacán, y se acercó hasta las milpas de casi dos metros de altura que cubrían el perímetro del convento, y que permitían al enemigo esconderse entre ellas.[1]

Finalmente a las 10:45 aproximadamente, comenzó el ataque por este camino. Los sembradíos que rodeaban el convento sirvieron eventualmente como camuflaje a las tropas agresoras. Los generales Rincón y Anaya dieron la orden de no disparar hasta que el enemigo estuviera lo más cerca posible, con el fin de hacer más certeros los disparos. Los norteamericanos de la División Twiggs se acercaron sigilosamente, y los defensores mexicanos iniciaron una descarga muy nutrida. En este primer intento para repeler el ataque, los defensores causaron bajas importantes, lo que obligó a las filas norteamericanas a detenerse momentáneamente y replegarse ante el sorpresivo fuego de fusilería.[1]

José María Lafragua resumió esta capitulación así: “los americanos ocuparon Churubusco sin asalto, como se ocupa un edificio abandonado; puesto que sus defensores cesaron en su noble empresa cuando quemaron su último cartucho”. Aquel 20 de agosto, en el convento de Santa María de los Ángeles ondeó la bandera estadunidense, los jefes y oficiales mexicanos pasaron esa noche en un cuarto del convento que los frailes destinaban a guardar los medicamentos, ya que relata Roa Bárcena, “olía a medicinas y había allí algunos trastes con unturas”. Al día siguiente, a las 11 de la mañana, los prisioneros fueron trasladados a San Ángel.[1]

Una parte de las tropas invasoras permaneció en Churubusco ocupando el inmueble; una vez instalados, los soldados norteamericanos levantaron el campo, quemaron parte de los cadáveres y otra parte la sepultaron ahí mismo. Después de permanecer en San Ángel durante algunos días, los prisioneros mexicanos fueron trasladados a la ciudad de México, a la cárcel de la Acordada. Los oficiales norteamericanos tuvieron consideraciones con los prisioneros mexicanos, ya que entre ellos se hallaban diplomáticos tan brillantes como Manuel Eduardo de Gorostiza, o políticos importantes como el propio Pedro María Anaya.[1]

Las tropas de ocupación estuvieron durante un lapso de 18 días en el convento, después del cual el grueso del ejército invasor abandonó el punto, dejando una guardia que permaneció hasta 1848. En este periodo, algunas áreas del convento fueron utilizadas como cárcel para los prisioneros de guerra.[1]

Durante el último cuarto del siglo XIX el convento logró quedar en pie, hasta quedar en un estado físico deplorable. Aunque mínima, había presencia de los frailes dieguinos (que ocupaban todavía la sacristía y una o dos celdas del propio convento) y continuaba la actividad religiosa en la iglesia; en la planta baja estaba instalado el hospital militar, y ya para entonces, la edificación se había convertido en el icono de la lucha contra el invasor en 1847. Durante las dos últimas décadas del siglo XIX, lo que más destacaba ante la población no sólo de Churubusco, sino de la ciudad de México y de sus alrededores, era esta última condición, como sitio histórico.[1]

Siglo XX

San Diego Churubusco, ENCRYM (2).jpg

1900-1920

Durante las primeras décadas del siglo XX, en la ahora llamada Colonia San Diego Churubusco, la vida fluía como en cualquier otro pueblo de los alrededores de la Ciudad de México. Para trasladarse de la capital a Churubusco había un ferrocarril del centro a San Ángel con un costo de 15 centavos en primera clase y 8 centavos en segunda. Otra linea de México a Tlalpan tenía su ramal en San Mateo Churubusco.[1]

Las descripciones del poblado y de su convento en esta época, prefiguran curiosamente un manejo de conmovedores rasgos de abandono. Como agudo observador en ese momento, Manuel Rivera Cambas se lamenta del estado que guardaban los pueblos de San Mateo y San Diego Churubusco, “a diferencia de cuando lo habitaba la raza valiente y marcial que se opuso a los mexicanos”. Se refería, desde luego a los pueblos prehispánicos que después fueron sometidos por los aztecas.[1]

Asimismo, a principios del siglo XX comenzaron a fraccionarse los terrenos adyacentes para destinarlos a vivienda, con el consecuente crecimiento de los poblados cercanos como Coyoacán y Tlalpan. De esta forma, el antes insignificante poblado de San Mateo de Churubusco comenzó a ser absorbido por la mancha urbana y por la necesidad de crecimiento territorial de la ciudad de México. En 1897 los concesionarios de la Colonia del Carmen, se extendieron hasta los límites del convento y del río Churubusco. Por el lado oeste de la edificacion conventual, la fábrica de ladrillos de “La Corina” compraba más terrenos con el objeto de “constuir un horno para la fabricación de tabiques”.[1]

Cuando se decretó la fusión de la Provincia de San Diego de México con la del Santo Evangelio, en 1908, el convento de Santa María de los Ángeles de Churubusco cerró sus puertas definitivamente. Sólo el templo de San Diego quedó a cargo de los franciscanos de Coyoacán y continuó en servicio para el culto católico. Por su parte, el hospital militar que funcionaba por temporadas cesó sus actividades a partir de 1911, con el triunfo de la revolución maderista y los consecuentes cambios en el gobierno federal.[1]

En estos años de lucha revolucionaria es muy probable que en 1914, las fuerzas zapatistas hayan acampado en Churubusco durante su paso de Xochimilco a la ciudad de México, también se tiene conocimiento de que en 1916 las fuerzas constitucionalistas procedentes de Guaymas, Sonora, hicieron una escala en Churubusco, ocupando el recinto conventual como cuartel, de octubre de 1916 a febrero de 1917, poco antes de que se firmara la Constitución Política en esta última fecha.[1]

1960

En la película mexicana La Hermana Blanca, filmada en 1960 y dirigida por Tito Davison, con un reparto que incluía a los actores Jorge Mistral, Yolanda Varela, Prudencia Grifell y Andrea Palma, entre otros, se desarrolla una historia en un hospital de principios del siglo XX atendido por monjas. La locación es nada menos que, el convento de Churubusco. Aún cuando es una película de ficción, su visualización nos remite a un uso poco conocido del inmueble: el hospital.[1]

Siglo XXI

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Fuentes

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Unidades Habitacionales

Referencias

Bibliografía

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  2. Ramón Alcaraz, et al., Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos, Facsímil de la edición mexicana de 1848, México, Fundación Miguel Alemán, 1997, p. 237.
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